Archive for the ‘Ai no’ Category

El colmo del cotilleo

Aquella noche de primavera
que pasé reclinada en tu brazo
sólo ocurrió, en realidad,
en un sueño, pero, ¡ay!, no por
ello dejan de hablar de mi.

Autora: Dama Suo. Sonámbula comparte con la dama Suo esta experiencia sobre el cotilleo, que parece no detenerse ante fronteras tan tenues como las que separan ensueños de realidades. Esto es normal en las sonámbulas pero… ¿acaso no vivirán los que presumen de estar despiertos también en un sueño?! 😉

el farol

Primer amor.
Se arriman al farol,
cara con cara.

Autor: Taigi (1709-1771). El haiku también puede ser amoroso. Me puedo imaginar la ciudad de Edo en el siglo XVIII, la oscuridad intacta de la noche sólo maculada por la luz de un  farol… y ellos se unen.

Fin sin fin

¡Pobre barquichuela,
que boga y que boga
entre los juncos!
¡Cuántas veces pasa,
y nadie la nota!

Una vez un hombre estaba perdidamente enamorado. E iba una vez y otra a la calle donde vivía ella, pero tenía que volver siempre sin verla. Ni siquiera podía mandarle cartas. Finalmente exclamó lo que veis arriba. Ise Monogatari es la obra más famosa de la literatura clásica japonesa. Se difundió anónimamente hacia el año 650 de nuestra era, aunque su acción se remonta al siglo anterior. Su protagonista, Narijira Ariuara (825-880), soldado, poeta, amante y cortesano, fue también autor del diario íntimo, hoy perdido, en que recogió originalmente episodios autobiográficos, amorosos en su mayor parte, así como los poemas que le inspiraron. Este diario, reelaborado y completado por un autor anónimo un siglo después, forma el texto al que tradicionalmente se ha dado el nombre de Cantares de Ise del que forma parte este candoroso poema.

Los textos de Cantares de Ise que irán apareciendo en «cien poemas zen» han sido tomados una edición de Hiperión del año 1988, traducida por Antonio Cabezas. Espero que disfrutéis con ellos. Por cierto, Sonámbula tuvo una vez la maldad de enviarle a alguien este poema… pero esto fue hace mucho tiempo.

recuerdo

Ya no recuerdo
en qué orden riguroso
te desnudaba.

Autor: Melchor López